viernes, 2 de junio de 2017

El paciente inglés

De nuevo, pasa el tiempo y yo solo aparezco por aquí cuando leo un libro que me haya calado lo suficiente como para dedicar un poco de esta estresante vida universitaria a hablar de ello por aquí. Ha pasado casi un curso desde mi última entrada y, para mayor o menor sorpresa, llevaba todo ese tiempo sin leer ningún libro que me supusiera el mismo impacto que el de Almudena Grandes. Y sin embargo, hace unos meses descubrí a Michael Ondaatje, y con él esta maravilla de libro.


Sinopsis: En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, cuatro personajes se reúnen en una villa en ruinas en la Toscana: un enigmático hombre sin memoria, que agoniza con el cuerpo completamente quemado, una joven enfermera que cree traer la desgracia a cuantos ama, un cínico superviviente mutilado y un sij dedicado a la desactivación de explosivos… Cuatro extranjeros de sí mismos, atrapados en la retaguardia de sus recuerdos, que van recomponiendo el destrozado mosaico de sus identidades a través de las intermitentes y atormentadas revelaciones de una historia de amor y celos.

Creo que lo más acertado es comenzar diciendo que ya conocía esta historia por la película de 1996 de Anthony Minghella —aunque solo recordaba la trama vagamente, me sirvió para entrar al libro sabiendo alguna que otra cosa más de Lászlo de Almásy que el lector que se sumerja en él sin haber tenido contacto con el film— y, desde luego, no era mi primer acercamiento a la prosa de Ondaatje. Hace unos meses leí El sueño de Anil —publicado en Debolsillo en 2011, pero cuya primera edición se remonta a 1999— y me resultó completamente fascinante: la narración de Ondaatje es seria, delicada y absolutamente poética; en El paciente inglés, por supuesto, la mantiene con unos tonos de belleza léxica que en más de una ocasión me han dejado pasmada, releyendo el mismo párrafo una vez y otra.

Y es que lo mejor de El paciente inglés es, probablemente, la belleza que emana de sus páginas. No solo por la calidad de la prosa, sino por la sutilidad y profundidad de sus cuatro personajes principales: la enfermera Hana, una muchacha que a sus veinte años ha visto demasiado como para poder llevar una existencia tranquila; el conde Lászlo de Almásy, un cartógrafo húngaro que ha acabado postrado en una cama por una serie de quemaduras que le han calcinado todo el cuerpo; Caravaggio, un ladrón sin pulgares que vuelve a la vida de Hana tras años de ausencia; y Kip, un joven zapador Sij cuya existencia encarna esa dicotomía persistente en el mejor Ondaatje entre Oriente y Occidente. Cada uno de ellos conmueve y se aproxima al lector a su manera, pero siempre con el mismo encanto que todo personaje mimado y bien estudiado por Ondaatje: al final, una no puede hacer otra cosa que caer presa de los encantos del joven Almásy y reír ante las ocurrencias de Caravaggio. Son personajes que tienen un efecto casi magnético en el lector: representan, en suma, lo mejor y lo peor de lo que sucedió en África, en Italia y en todas partes durante aquellos oscuros años que fueron los de la Segunda Guerra Mundial.

En lo que respecta a la trama, requiere en gran medida de la participación activa del lector: se encuentra ampliamente fragmentada y, en sus vaivenes por la historia de los cuatro personajes, explica de paso cómo fue la guerra alejada de las trincheras europeas, entre las dunas del desierto y con la desesperación de Almásy o la turbulenta vida de Kip como telón de fondo. En cierto modo podría calificarse como una novela posmoderna, tanto en su estructura como en el tratamiento de ciertos temas a lo largo del libro: sin embargo, prescindiré de dichas etiquetas y me limitaré a decir que es una novela que sigue mereciendo la pena y que se encuentra en toda su actualidad aún veinticinco años después de su publicación. Y, como conclusión, una última recomendación para aquellos que decidan adentrarse en esta maravillosa novela: no dejéis de ver la película de Anthony Minghella cuando hayáis acabado, porque es una de las más maravillosas que he visto nunca. Aunque tal vez, visto desde la perspectiva estrictamente literaria, tiene gran parte del mérito el tener un libro como este en sus raíces.

Mi nota: 9/10.

sábado, 24 de septiembre de 2016

Inés y la alegría

Estoy empezando a darme cuenta de que este blog ha acabado por convertirse en una especie de refugio ocasional. Hoy por hoy —hace un año de mi última entrada, pero me gusta pensar que el tiempo no ha pasado en este rinconcito de la red— solo lo utilizo, de forma ocasional, para recomendar los mejores libros que leo. Y, en cierto modo, me gusta que sea así. Hoy traigo un libro que, después de más de 700 páginas sumergida en la tibia frontera entre el Valle de Arán, Toulouse y Pont de Suert, se ha convertido en una historia de esas que se quedan, que emocionan, que duele acabar. Porque eso es lo que ha sido Inés y la alegría para mí: una aventura de principio a fin.


Sinopsis: Toulouse, 1939. Carmen de Pedro, responsable en Francia de los diezmados comunistas españoles, se cruza con Jesús Monzón; años después, en 1944, Monzón contará con un ejército de hombres dispuestos a invadir España. Entre ellos está Galán, quien cree que, tras el desembarco aliado y la retirada de los alemanes, es posible establecer un gobierno republicano en Viella. No lejos de allí, Inés, que apoyó la causa republicana durante la guerra, oye a escondidas el anuncio de la operación Reconquista de España en Radio Pirenaica, y se arma de valor, y de secreta alegría, para dejar atrás los peores años de su vida.

Inés. Galán. Galán e Inés. Inés y Galán. Ese es el eje central de la novela, la cual está contada a tres voces: la de sus dos protagonistas, alternando capítulos bastante extensos entre la perspectiva de uno y otro, y la tercera, la de la propia autora. Porque Inés y la alegría no es solo una intensa historia de ficción sobre las consecuencias de la guerra y aquella intrépida y valerosa ofensa que fue la del Valle de Arán, sino también una inmensa lección de Historia con la que se aprende más sobre la estructura y los altibajos del Partido Comunista de España en la posguerra que con cualquier manual de Historia. Por sus páginas desfilan personajes reales de todos los tamaños: desde titanes como Dolores Ibárruri o Santiago Carrillo hasta personajes tan desconocidos pero sumamente curiosos como Jesús Monzón.

El trabajo de documentación de Almudena Grandes es, por tanto, apabullante. Ya lo pude comprobar al leer El lector de Julio Verne, segunda entrega de esta saga de Episodios de una guerra interminable que leí en enero de 2015 —cuánta emoción me hizo la mención a Pepe el Portugués al final de esta historia, por cierto—; sin embargo, en esta primera parte destaca un minucioso estudio de un episodio tan desconocido como fue la invasión del Valle de Arán en octubre de 1944. La idea de Grandes de documentar un hecho tan poco conocido y que fue enterrado en el olvido, tanto por unos como por otros, me parece una decisión absolutamente admirable. Y, por supuesto, lo hace con una maestría y un estilo inigualables.

Pese a ser la segunda novela de la autora que leo, me aventuraría a decir que esta es la más redonda de las dos. Donde los personajes de El lector de Julio Verne eran entrañables, los de Inés y la alegría son absolutamente humanos; humanos dañados por la guerra, por el hambre, por la rabia y por el exilio. Pese a todo, hay cabida para esos sentimientos universales que Grandes sabe explotar de una forma exquisita: el amor, la amistad, la esperanza y, como indica el título del libro, la alegría. Más allá de los personajes principales, de los que hablaré más adelante, la autora despliega todo un abanico de secundarios que dan la sensación de ser seres humanos completamente vivos y reales: desde el entrañable Comprendes —quizás mi favorito— hasta Adela, esa cuñada tan deliciosamente buena, todos ellos dejan ver diferentes visiones y formas de encarar la guerra y todos los años que la siguieron de una forma humana y, muchas veces, mucho menos cruenta de lo que se suele esperar en novelas de este tipo. Lo cual, al menos en mi caso, resulta un verdadero respiro.

Por otro lado, tenemos a Inés y Galán. Galán e Inés. Dos narradores sobre cuyos hombros se deposita todo el peso de la novela, y que la autora consigue que lleven con absoluta facilidad e, incluso, grandeza. Enamorarse de Galán es tan fácil que no cuesta imaginarse por qué Inés lo hace prácticamente al llegar a Pont de Suert, pero con ella esa inmensa sensación de cariño y familiaridad llega incluso antes. Es una chica cuya vida se ve completamente rota por la guerra, y cuyo único afán, durante años, se convierte en intentar sobrevivir. Es curioso observar cómo deja de ser la niña de los ojos de su hermano Ricardo, personaje interesante donde los haya, para convertirse en una muchacha de firmes convicciones republicanas durante la guerra; después de eso, su despegue como personaje y como mujer llega a ser incluso apabullante.

Otro aspecto a destacar en estos personajes son las relaciones que se establecen entre ellos: no solo las amorosas, absolutamente enternecedoras, sino también las de amistad. La de Comprendes y Galán es, quizás, la que más emociona; sin embargo, también lo hace la que surge entre las mujeres que, en el exilio, comienzan a trabajar bajo el mismo techo y viven juntas los altos y los bajos de vivir en una tierra ajena, enamoradas de hombres dispuestos a luchar hasta el final. Porque este aspecto es también uno de los más importantes de la novela: los fragmentos en los que, más allá de la guerra, del amor y de cualquier otra cosa, se convierte en una historia de mujeres que, ayudadas las unas por las otras, hacen lo imposible por sobrevivir.

Así pues, creo que puedo afirmar que Inés y la alegría se ha convertido en mi gran libro de 2016. Pendiente queda Las tres bodas de Manolita, el único «episodio» publicado que me falta por leer, y el cuarto volumen, Los pacientes del doctor García, previsto para su publicación en marzo de 2017.  Sin embargo, dudo mucho que ninguno me deje tanto poso como este: he pasado más de una semana prácticamente pegada a sus páginas y, al acabarlo, he sentido esa sensación de vacío que viene al finalizar un gran libro y que apenas recordaba ya. Inés, Galán, Comprendes, el Lobo y muchos más seguirán en mi cabeza durante mucho más tiempo del que he pasado leyendo la novela: ese grupo de exiliados que, a su manera, ha acabado configurando una gran familia de la que uno llega a sentirse parte. Es un relato vivo, optimista y maravilloso: un canto a la vida dentro de un género que, precisamente, se caracteriza por tener finales amargos y crudos.

A fin de cuentas, incluso en la más cruenta de las guerras puede encontrarse un resquicio de amistad, amor y valentía que permita a sus héroes seguir adelante.

Mi nota: 10/10.

martes, 1 de septiembre de 2015

Stoner

Llevaba meses sin entrar en este blog pero, después de terminar este libro, he sentido la necesidad de hacerlo. Porque llevaba muchísimo tiempo sin sentir tantas emociones al leer un libro, porque quizás es justo lo que necesitaba a un par de semanas de empezar en la universidad. Porque quizás se haya convertido en uno de mis libros favoritos, y porque quizás haya sido uno de esos libros que te cambian la perspectiva con la que diriges tu vida por completo. Vamos con Stoner.


Sinopsis: William Stoner entró como estudiante en la Universidad de Missouri en el año 1910, a la edad de diecinueve años. Ocho años mas tarde, en pleno auge de la Primera Guerra Mundial, recibió el título de Doctorado en Filosofía y aceptó una plaza de profesor en la misma universidad, donde enseñó hasta su muerte en 1956. Nunca ascendió más allá del grado de profesor asistente y unos pocos estudiantes le recordaban vagamente después de haber ido a sus clases. Cuando murió, sus colegas donaron en su memoria un manuscrito medieval a la biblioteca de la Universidad. Este manuscrito aún puede encontrarse en la Colección de Libros Raros, portando la siguiente inscripción: «Donado a la Biblioteca de la Universidad de Missouri, en memoria de William Stoner, Departamento de Inglés. Por sus colegas».

Ni siquiera sé muy bien por dónde empezar con esta reseña. Es un libro que he devorado en cosa de dos días —las vacaciones ayudan, por supuesto— y ahora mismo, aun habiendo pasado un buen rato desde que cerré esta maravilla de libro por última vez, no sé si conozco del todo la forma de poner mis pensamientos en orden al respecto.

Es una novela con un argumento sencillo, sencillísimo incluso. Narra la vida de un profesor de Literatura en una pequeña universidad del Sur de Estados Unidos. Hijo de granjeros, William Stoner llega a la universidad y se encuentra con un mundo hasta entonces desconocido para él, y de eso trata precisamente el libro: de Stoner, de su amor por la Literatura y de cómo esta acaba absorbiendo cada detalle de su vida.  A Stoner se le presenta como un personaje agradable desde el principio, pero ha sido a lo largo de las páginas —y por tanto, de su vida— cuando me he dado cuenta de que es justo el tipo de persona que me gustaría ser el día de mañana. No solo porque mis aspiraciones laborales sean bastante similares a las suyas, sino por lo excepcional en cada rasgo de su personalidad: pese a todas las adversidades que se le presentan, la bondad y la capacidad de seguir adelante de Stoner son prácticamente la luz que guía la historia.

Y no es una historia feliz. Uno podría decir que Stoner vive una vida incluso miserable —en muchos aspectos, lo es— pero personalmente me gusta pensar que pese a todo Stoner llega a hacer lo que más le gusta, lo que conforma el propósito de su vida a lo largo de toda la novela, más allá del amor o de la amistad: enseñar. Y es esa descripción de la enseñanza, realizada con una ternura y afán que tan solo sabría alcanzar alguien que ha dedicado su vida a ello, ha sido quizás lo que más me ha gustado de toda la novela.

También cabe destacar la magnífica prosa de John Williams. Tengo que admitir que el nombre del autor ni siquiera me sonaba antes de que Stoner llegara a mis manos, y es algo que me parece una verdadera lástima, porque creo haber encontrado en él una de las mejores voces de la literatura americana del siglo XX. Hay párrafos enteros de Stoner que se acercan más a la poesía que a la prosa: palabras que consiguen hacer que el lector se sumerja al cien por cien en la historia, generando una afinidad casi inexplicable con el antihéroe que en realidad es William Stoner. Pero es este Stoner, con su entereza y fortaleza personal, al que describe con una riqueza casi sobrecogedora, lo que le da fuerza a toda la novela. Sin embargo, hay una parte de la novela que cabe destacar sobre todo lo demás, y son los últimos párrafos de esta. Williams tiene aquí una capacidad de hilar las palabras y hacerlas vibrar de una forma que aun ahora, horas después de haber terminado de leer el libro, me hacen estremecerme y reflexionar sobre esta pequeña joya que acabo de leer.

Sin ir más allá, creo que solo me queda decir —aunque tal vez sea ya bastante evidente— que Stoner es probablemente la mejor novela que he leído en lo que llevo de año, y que es más que probable que se convierta en uno de esos libros que no me canso de recomendar. Porque Stoner es una de esas maravillas que llegan en momentos inesperados: es auténtica, es sencilla, es maravillosa. Es una lección de humanidad de las que a todos nos hacen falta de vez en cuando. Y por supuesto, es todo un cántico a la enseñanza y a la Literatura. Sencillo en su presentación y humilde en su público, incluso en esto parece ajustarse a la personalidad del bueno de Stoner: ¿para qué atraer a grandes audiencias cuando puede mantener con una sonrisa en los labios y un hormigueo en los dedos a una cría como yo al concluir una reseña sobre un libro como este, con toda una serie de perspectivas nuevas que ni siquiera se le había ocurrido plantearse antes?

Tal y como diría William Stoner momentos antes de concluir su gran aventura: «¿Qué esperabas?».

Mi nota: 10/10.

viernes, 1 de mayo de 2015

Kafka en la orilla

A veces paso meses leyendo libros que me gustan, pero que simplemente no me dan la sensación de ser lo suficientemente atractivos para hacer una reseña. Eso, sumado al poco tiempo libre que me permiten manejar las clases y los exámenes constantes, han provocado cierto abandono a este rinconcito. Sin embargo, últimamente he leído un libro que me ha calado de tal forma que, en este viernes festivo, me ha apetecido dedicarle un rato a escribir una reseña.


Sinopsis: Kafaka Tamura se va de casa el día que cumple quince años. Los motivos, si es que los hay, son las malas relaciones con su padre -un famoso escultor convencido de que su hijo repetirá el aciago  sino de Edipo de la tragedia clásica- y la sensación de vacío producida por el abandono de su madre y su hermana. Sus pasos le llevarán al sur de Japón, a Takamatsu, donde encontrará refugio en una peculiar biblioteca. Si sobre la vida de Kafka se cierne la tragedia (en el sentido clásico), sobre la de Satoru Nakata ya se ha abatido: de niño, durante la II Guerra Mundial, sufrió un extraña accidente del que salió sumido en una especie de olvido de sí, con dificultades para comunicarse. A los 60 años, abandona Tokyo y emprende un viaje que le conducirá, como a Kafka, a la biblioteca de Takamasu. Así, vidas y destinos, destinos y pesadillas se van entretejiendo en un curso inexorable que no atiende a razones ni a voluntades.

Lo primero que tendría que aclarar de este libro es que es uno muy complejo. Murakami no da en ningún momento ninguna pista sobre un final en el que, si no se presta atención -y se toma un poco de licencia creativa para imaginar lo que puede significar todo- quedan más cabos sueltos que acciones concretas. Es un libro complicado, con infinidad de símbolos e ideas ocultas, y sobre todo es un libro que engrandece por dentro con sus reflexiones, tan perfectamente integradas en la narración que el lector las absorbe como una parte más de la historia de Kafka Tamura.

Kafka Tamura. Ese niño de quince años cuya historia va a caballo entre El guardián entre el centeno y el archiconocido mito de Edipo, y que sin embargo acaba convirtiéndose en un personaje que no podría ser más distante de sus dos más claras influencias. Más astuto y serio que Holden y más aniñado que el rey de Tebas, Kafka es un personaje de los que calan hondo. No solo por la historia tan onírica que lo rodea, sino por cada uno de los detalles tan absolutamente cuidados de su personalidad que nos presenta Murakami. A él se une un abanico de personajes que hacen de la novela un conjunto impecable: Ôshima, el hombre que ayuda a Kafka a lo largo de prácticamente toda su estancia en Takamasu, la señora Saeki… y sobre todo, ese Nakata que habla con los gatos y protagoniza la parte más mágica de toda la novela.

Otro aspecto importante es la destreza con la que Murakami incorpora el «saber de los libros» dentro de su producción literaria. Ya dejaba entrever algo de esto en Tokio Blues -otro maravilloso libro del autor japonés que disfruté mucho en su día-, pero en Kafka en la orilla despliega páginas y páginas de pura Literatura. Y es algo que no podría haberme gustado más: desde la referencia al mito clásico de Edipo hasta al propio nombre del protagonista, tomado del autor checo que escribiría La metamorfosis, es un libro que, desde la biblioteca de Takamasu, Murakami va hilando la literatura con la realidad, el mundo onírico con el de la vigilia y la realidad con la fantasía para crear un mundo en el que todo es posible y nada es lo que parece.

Dicho todo esto, poco más puedo añadir. Es un libro brillante y, pese a ser solo el segundo de Murakami que he leído, puedo asegurar que tengo muchísimas ganas de devorar todos y cada uno de sus libros. Si cabe, incluso más que cuando acabé Tokio Blues. Porque Kafka en la orilla es una novela en la que la realidad se mezcla con elementos sorprendentes y maravillosos, en la que nunca se sabe si todo es un sueño o una realidad absurda. Es, pues, una historia que transporta al lector a otro mundo, a otro plano: estira y cuestiona todo planteamiento que se pueda tener al respecto sin que el lector se dé cuenta.

A fin de cuentas, ¿quién decide si las acciones de Kafka Tamura fueron correctas o no?

Mi nota: 9/10.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Las vírgenes suicidas

Esto de ir a tres exámenes por semana parece acaba con cualquiera. ¡Pero aquí estoy! En estos dos meses he leído algunos libros, pero me apetecía reseñar este. Lo leí hace más de un mes, pero igualmente me ha apetecido reseñarlo: sin ser para nada del tipo de libros que suelo leer, incluso después de un mes me encuentro aún pensando en él de vez en cuando, como el recuerdo que surge ocasionalmente de un libro particularmente bueno.


Sinopsis: En menos de un año y medio, las cinco hermanas Lisbon, adolescentes entre trece y diecisiete años, se suicidaron. Los jovencitos del barrio habían estado siempre fascinados por esas inalcanzables jóvenes en flor, y veinte años después, aquellos chicos ya en la frontera de la mediana edad, intentan desentrañar el enigma de aquellas lolitas muertas que siguen fascinándolos.

Lo primero que hay que decir es que esta historia llevaba llamándome la atención bastante tiempo. Tenía intención de ver la película de Sofia Coppola — la vi después de leerlo y tengo que decir que, pese a ser una adaptación bastante buena, como película me dejó bastante fría — y, sin embargo, me regalaron el libro por Navidades y no pude resistirme a leerlo. Y me alegro bastante de haberlo hecho: la historia de las hermanas Lisbon y la forma de narrar de Eugenides son ambas, como poco, estupendas.

Por un lado tenemos a las misteriosas hermanas Lisbon, que se asemejan en cierto modo al típico grupo de niñas de una familia con dudosas tendencias ultrareligiosas. Estas niñas, pese a tener poco desarrollo a lo largo de la novela, se presentan al principio de esta como meros bocetos, un batiburrillo de cinco muchachas sin distinción entre una y otra. Sin embargo, conforme avanza la historia Eugenides nos otorga ciertos detalles que nos presentan a las Lisbon como lo que verdaderamente eran: individuas diferentes unidas por la tragedia y la falta de sentido que le encuentran a la vida.

Sin embargo, cabe decir que hay algo que me ha gustado incluso más que el retrato de las hermanas Lisbon, y es la forma de narrar la historia de Eugenides. El narrador en este caso es completamente externo: un muchacho del barrio, cuyo nombre no conocemos en ningún momento, que observa la tragedia de la familia Lisbon junto con sus amigos. Es sin duda la forma más adecuada de narrar esta historia, en cierto modo de la misma manera que la observa el lector: en primera persona, dejando traslucir los sentimientos de horror y sorpresa que habría producido el episodio de las hermanas Lisbon en el barrio en el que vivían.

En todo, el libro me ha parecido una obra breve, pero indudablemente brillante. No había leído nada de Eugenides, pero sin duda alguna se trata de un narrador excelente — ya tengo Middlesex pendiente para leerlo — y con una imaginación tremenda. De Las vírgenes suicidas no solo impacta como historia, sino como novela estremecedora y brillantemente narrada. De todas las formas que se pueden abarcar temas como el suicidio, la adolescencia o la falta de motivación en la vida, la de Eugenides se trata de una de las más brillantes que he visto hasta la fecha.

Mi nota: 8/10.

miércoles, 7 de enero de 2015

El lector de Julio Verne

¡Primera entrada del 2015! Para recibir el año traigo un libro de Almudena Grandes que he estado leyendo estos días antes de la inexorable vuelta a clase — qué emoción — y que me ha gustado tanto que me apetecía compartirlo con una reseña. Esta vez nos quedamos en España, más concretamente en la Sierra Sur de Jaén, en el año 1947; pero no por ello el libro es menos impresionante. Más bien al contrario.


Sinopsis: Nino, hijo de guardia civil, tiene nueve años, vive en la casa cuartel de un pueblo de la Sierra Sur de Jaén, y nunca podrá olvidar el verano de 1947. Pepe el Portugués, el forastero misterioso, fascinante, que acaba de instalarse en un molino apartado, se convierte en su amigo y su modelo, el hombre en el que le gustaría convertirse alguna vez. Mientras pasan juntos las tardes a la orilla del río, Nino se jurará a sí mismo que nunca será guardia civil como su padre, y comenzará a recibir clases de mecanografía en el cortijo de las Rubias, donde una familia de mujeres solas, viudas y huérfanas, resiste en la frontera entre el monte y el llano. Mientras descubre un mundo nuevo gracias a las novelas de aventuras que le convertirán en otra persona, Nino comprende una verdad que nadie había querido contarle: en la Sierra Sur se está librando una guerra, pero los enemigos de su padre no son los suyos. Tras ese verano, empezará a mirar con otros ojos a los guerrilleros liderados por Cencerro, y a entender por qué su padre quiere que aprenda mecanografía.

Antes que nada supongo que tengo que aclarar que sí, en efecto, es otro libro sobre la posguerra. ¿Qué hay de malo en ello? Como ya dije reseñando Los girasoles ciegos y La voz dormida la historia del siglo XX de nuestro país fue una guerra que no llegó a tener fin (tal y como se llama esta serie de libros de Almudena Grandes, Episodios de una guerra interminable) hasta muchísimo después de ese uno de abril de 1939. Por ello mismo, por mucho que se critique este tipo de literatura, soy de la opinión de que siempre será necesaria, simplemente para que no caiga en el olvido. Siempre desde un punto de vista novedoso y sin historias demasiado trilladas, por supuesto; aunque por desgracia, de aquellos años hay un sinfín de historias que quedan por relatar.

En este caso nos centramos en una historia real, como todas las de esta serie de novelas de Almudena Grandes. Según cuenta la autora en la solapa del libro, en este caso narra la historia de un viejo amigo suyo de Jaén, hijo de guardia civil y testigo de la guerra silenciosa que se vivió en España tras la guerra: la guerra de guerrillas, que hizo zozobrar pueblos enteros a lo largo de los cuatro puntos cardinales de la Península. La autora lo disfraza todo con distintos nombres, pero la historia en sí sigue siendo la misma, narrada de una forma sencilla, eficaz y en muchos casos sobrecogedora.

Los personajes que conforman la historia también son de lo más destacables. Mi favorito, sin duda, ha sido Pepe el Portugués, aunque también destacan las Rubias y doña Elena. En general son unos personajes interesantísimos, sumamente realistas y, sobre todo, con historias que reflejan perfectamente lo que fue de los vencidos al terminar la contienda. Incluso los personajes que aparecen con menos frecuencia, como la familia de Nino o su profesor, don Eusebio, acaban formando un retrato bastante fidedigno de lo que fue la más inmediata posguerra y las circunstancias a las que se vio sometido el pueblo español, sobre todo en el ámbito rural.

Seguramente es un libro que no gustará a todo el mundo, y probablemente por meras cuestiones políticas. Supongo que es algo inevitable, pero es de esos libros que, dado el carácter de la mayoría de los personajes, no gustaría a nadie que no esté convencido de quién se llevó más mazazos a lo largo de la guerra y en la más inmediata posguerra, y sobre todo de que eran absolutamente inmerecidos. En cualquier caso, a mí me ha parecido un libro bastante completo: humano, con una trama bastante curiosa, unos personajes bastante cuidados y un estilo muy bueno. Es el primer libro que leo de Almudena Grandes (pendientes tengo los otros dos Episodios de una guerra interminable que ya han sido publicados), pero no será el último.

Mi nota: 8/10.

domingo, 28 de diciembre de 2014

El secreto

Hacía tiempo, más del que me gustaría, que no leía un libro que me trastocase tanto. Quizás en el buen sentido de la palabra, quizás no: hace tan solo unas horas que terminé de leer El secreto, y sin embargo aún no he conseguido sacar nada en claro. Solo sé que me ha encantado, en todos los aspectos en los que puede encantarme un libro: francamente, hacía tiempo que no leía uno tan bueno y tan redondo. Quizás haya sido el particular interés que le profeso al adorno principal de la trama — el mundo clásico — o quizás haya sido otra cosa, pero desde luego tengo que decir que este libro me ha enamorado por completo.


Sinopsis: La vida no es fácil en un college de Nueva Inglaterra si eres un chico modesto y falto de afecto que llega de California, y Richard Papen lo sabe; por eso agradece que lo admitan en un pequeño grupo de cinco estudiantes capitaneados por un profesor de literatura clásica con mucho carisma y pocos escrúpulos. Los chicos sueltan comentarios en griego y se ríen de la ingenuidad y la torpeza de los demás, pero bien mirado se pasan el día bebiendo y engullendo pastillas, hasta que un mal día lo que parecían chiquilladas se convierten en asuntos donde la muerte tiene algo que decir. Es entonces cuando Richard y su pandilla descubren qué difícil es vivir sin máscaras y qué fácil es matar sin remordimientos.

La verdad es que ni siquiera sé por dónde empezar. Este libro cayó en mis manos por mi cumpleaños: llevaba viendo varias reseñas muy positivas en Goodreads varios meses, y la trama me llamaba bastante. Se me antojaba un El club de los poetas muertos del Griego clásico. En cierto modo lo es, pero a su vez no tiene absolutamente nada que ver: sin embargo, recoge todos los elementos de este tipo de historias que mantienen un denominador común: los alumnos entusiastas, jóvenes con delirios de grandeza y la inmensa importancia de la Literatura en sus vidas cotidianas.

Cabe decir que la prosa de Donna Tartt me ha gustado muchísimo, pese a ser algo de esperar de un Premio Pulitzer. Tiene un estilo no excesivamente rebuscado, pero con un buen vocabulario y una amplia gama de recursos que utiliza con frecuencia (pero sin abusar). El desarrollo de todos sus personajes es más que inminente a lo largo del libro: los que en un principio se presentan más afables acaban siendo despiadados, cada uno a su forma; los más arrogantes o frívolos acaban siendo los que le salvan la vida al protagonista.

Aunque los seis personajes principales (siete, con el profesor de Griego) me han encantado, me han llamado la atención de una forma particular Henry Winter y Bunny Corcoran. Henry por ser ese genio millonario que dedica su vida a los estudios, una especie de erudito encerrado en el cuerpo de un joven de veintiún años; Bunny, sobre todo, por el carácter afable y a su vez agrio que presenta sin tapujos. Bunny es, en mi opinión, quizás el personaje más interesante, ya que en cierto modo es el detonante de todos los eventos que se narran de más o menos la página doscientos cincuenta en adelante. Aunque en realidad, en un libro como este, hacer una afirmación así es un tanto osado: todos y cada uno de los personajes de El secreto tienen algo que los hace únicos, inigualables, impredecibles.

Visto todo esto, creo que se puede concluir que este es un libro como pocos: me ha resultado absolutamente redondo. Sus 770 páginas se llevan bastante bien, y los temas a tratar son prácticamente universales literarios: la vida, la muerte y la juventud. ¿Hasta qué punto se puede salir impune de un asesinato, legal y moralmente? ¿Cómo se enfrentan a la realidad seis jóvenes con delirios de grandeza? 

Supongo que tal vez me ha gustado tanto porque me he visto en la edad o momento adecuado para comprender a los protagonistas en bastantes más casos de los que debería. El ser estudiante de Griego también debe de haberme contagiado parte del entusiasmo, pero creo que, en todo, lo que más me ha gustado de todo el libro ha sido que he acabado considerándolo como una gran reflexión sobre la muerte en una persona joven (θάνατος του νεαρού) y el impacto que tiene esta: podría considerarse una especie de relato de la muerte de Patroclo en una sociedad moderna, si bien los símiles con el mundo clásico pueden ser infinitos ya que, si en algo destacaron los griegos, fue en el desarrollo de tragedias desgarradoras y cruentas historias épicas que aún son fundamentales para comprender el mundo a día de hoy.

A fin de cuentas, como decían los antiguos griegos y citaba Julian Morrow al principio de la novela, el horror es belleza.

Mi nota: 10/10.